Su voz se fue suavizando, pero seguía nerviosa. Mientras hablaba, iba arrancando hojas del arbusto en el que se apoyaba, y retorcía las hojas, manchándose los dedos de clorofila. Miraba fijamente al suelo. Tomé uno de los platos de la mesa de hierro. Lorna negó con la cabeza cuando se lo acerqué. Me serví un arroz naranja algo apelmazado, y comencé a comer pausadamente, mientras continuaba su monólogo sin mirarme.