-Había un gran número de libros esparcidos por las habitaciones de la casa de campo, en su mayoría bestsellerspara leer en la piscina, libros de derecho y viejas ediciones de teatro. El libro de Rendell pertenecía a la primera categoría: libro de piscina. Entre ese conjunto de cuentos crueles, me gustó especialmente uno, titulado Madre vinagre. Es una historia infantil, contada por dos adolescentes. Las niñas se espían mutuamente, y se odian ligeramente. No pueden decir lo que quieren decir con claridad, quizás porque Rendell piensa que a esa edad es imposible. De modo que concentran todo su miedo en un tarro de vinagre. Un amigo de la familia lo lleva a la casa, como regalo. Es una pequeña fábrica natural de vinagre, un pequeño hongo que tiene que permanecer en penumbra, alimentado a diario con vino. Lo instalan en el salón. A la vista, pero ligeramente apartado. Las niñas se obsesionan con él. Lo describen como una víscera, un despojo que ha conseguido sobrevivir una vez arrancado del cuerpo. El líquido en el que flota es espeso y rojo como la sangre. Hay sangre de verdad, y un crimen con víctimas en la historia, pero a mí me fascinó el frasco. Para las niñas es un foco de maldad. No se dan cuenta de que no es más que un simple bote. Cuando volví a casa, después de mi primera visita a los túneles, empecé a pintar un retrato del frasco. Lo pinté ligeramente descentrado, con una docena de lianas saliendo de su boca. Lo pinté para colgarlo en la casa de Medusa. En su salón.

